Casual Viewing: la tendencia de la que todos hemos sido parte
- Luciano Flores

- 21 ago
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 sept
Hace no mucho, ver una película o una serie era un ritual. Pop corn, luces apagadas y toda la atención puesta en la pantalla. Hoy el ritual cambió: la mayoría de nosotros ve una serie mientras tiene al lado a su compañero inseparable… el celular. Esta transformación ha dado origen a un nuevo concepto en la industria audiovisual: el casual viewing.
Según un estudio de Hub Entertainment Research (2023), más del 55 % de los espectadores admite mirar el teléfono mientras ve una serie o película. Y si hablamos del grupo de 18 a 34 años, la cifra sube al 70 %.
Dicho de otro modo: ya no vemos las historias, las “ojeamos” mientras hacemos scroll en Instagram o revisamos notificaciones de WhatsApp. Y las plataformas digitales lo saben, y no tardaron en adaptarse: diálogos más simples, tramas fáciles de seguir incluso si el espectador se distrae y recordatorios constantes de lo que está pasando. El objetivo ya no es profundizar, sino ser “a prueba de distracciones”.
Si el espectador no está prestando atención todo el tiempo, no hay problemas, pues ahora existen puntos de reenganche. Osea, diálogos explícitos, exposición redundante y personajes que verbalizan lo obvio.
Ejemplos hay muchos, como por ejemplo la famosa serie, Emily in Paris (Netflix), donde cada giro de trama viene acompañado de diálogos que resumen lo que el espectador ya vio, como si fueran post its pegados para quienes estaban mirando el celular. Otro ejemplo (el cual solo miré para corroborar mi punto) fue en Red Notice (Netflix), donde las motivaciones de los personajes se repiten varias veces, de forma innecesaria y hasta en algun punto ridícula. Pero en ambos casos se cumple la función, aunque te pierdas 05 minutos, igual entiendes lo esencial.
¿Por qué ocurre esto? Porque en esta nueva realidad la segunda pantalla no es excepción, es la regla. El guion deja de ser lineal y empieza a funcionar como un carrusel de recordatorios.
El problema es que esto afecta la manera en que procesamos historias. La multitarea reduce la capacidad de retener información y seguir tramas complejas. Y frente a eso, la industria opta por simplificar: diálogos explícitos, reiteración de ideas y estructuras narrativas sin demasiados quiebres.
Entonces aquí surge mi dilema existencial: ¿se trata de una adaptación legítima a los nuevos hábitos o de una degradación cultural? Para algunos, es simplemente evolución, igual que la televisión transformó la radio y el streaming transformó la televisión. Para otros —y me incluyo— es una peligrosa desnaturalización del arte.
El contenido deja de retar al espectador y pasa a complacer una pasividad cada vez más marcada. El crítico Neil Postman ya lo advirtió: “nos estamos entreteniendo hasta la muerte”. Y sí, lo que parecía antes una exageración, suena cada vez más real; pues estamos normalizando un consumo que alimenta al espectador zombie: alguien que recibe estímulos fáciles, sin desafío cognitivo y sin profundidad emocional.
Claro, hay intentos más creativos. Algunas producciones apuestan por experiencias transmediáticas, que integran la segunda pantalla de manera innovadora: juegos interactivos, redes sociales que complementan la historia o contenidos paralelos que expanden el universo narrativo. Pero esos son casos aislados. La tendencia mayoritaria va hacia la ruta más cómoda: bajar la exigencia. Y cuando bajas la valla, entrenas a la audiencia para no pensar.
La pregunta final es inevitable: ¿quieres que las plataformas se adapten a cualquier ritmo, incluso al más perezoso, o prefieres obras que te reten, que te incomoden, que te obliguen a reflexionar?
Hay que pensarla bien, porque lo que elijamos como consumidores hoy es lo que determinará el arte de mañana.

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